Solo necesité un fin de semana en Marbella Club para decidirme a introducir la filosofía del ‘wellness’ en mi día a día

Llegué dispuesto a vivir 48 horas en una foto de Slim Aarons y pronto me di cuenta de que el lugar tenía mucho más que ofrecerme que el tirarme a la bartola, ¡aprendí a respirar! Fue de la mano de Antonia Pilbrow y una experiencia medida al milímetro que lleva por nombre El baile de la vida. Llegué casi asustado ante lo que me iba a encontrar en el Estudio Holístico de Marbella Club hasta que esta hasta entonces desconocida mujer que me hizo mirar dentro de mí y darme cuenta de lo frenético –sin mucho sentido, estaba de vacaciones– de mi día a día incluso cuando estoy intentando relajarme. Hannah Coates, compañera de Vogue UK, explicó perfectamente en qué consistía este camino junto a Pilbrow en un artículo que publicó hace unos pocos meses. Ser consciente de la manera en que respiro me ayudó a entender que el cuerpo es un engranaje que puede funcionar mejor si se hace lo posible por ello. Salir del modo supervivencia me pareció algo a lo que podía aspirar y ya he encontrado el lugar en el que seguiré explorando en mi respiración y la meditación en la ciudad en la que vivo, Madrid.

Levantarse después de experimentar la respiración consciente no fue tan sencillo como podría parecer, pero volver a conectar con el mundo real se me hizo mucho más fácil cuando fui acompañado por Teresa, mi terapeuta esa mañana, al Spa Herbal de la Finca Ana María, el anexo de Marbella Club que se abrió el año pasado y que toma su nombre de Ann Marie von Bismarck, madre de la reconocidísima Gunilla, dueña anterior de esta finca de 50.000 metros cuadrados. En una casita blanca entre huertas de tomate, que se reformó siguiendo la tradición andaluza, Teresa me tuvo bajo sus manos durante casi una hora y media. Un rato en el que descubrí que mi terror a los masajes corporales podía mitigarse si gracias a ello, como sucedió, recuperaba la movilidad en un cuello habitualmente rígido por las malas posturas y el abuso de pantallas. Además, a la salida de este spa en el que la terapeuta solo utilizó ingredientes naturales para sus mascarillas mi compañero durante ese fin de semana alabó lo luminoso de mi rostro y a nadie le amarga un cumplido.

Llegué a Marbella Club pensando que pasaría un fin de semana entre gente de bronceados imposibles ataviados con kaftanes de estampados inverosímiles, viviendo en esa realidad paralela que solo adivinaba en las revistas del corazón cuando era un niño, pero me marché después de darme cuenta de que se puede aspirar a vivir la vida de otro modo y sobre todo poniendo en práctica algo que me obsesiona en los últimos tiempos: estar presente. En tiempos de hiperconexión y con un trabajo como periodista en el que el desaparecer es un lujo inalcanzable que pocos se pueden permitir, asomarme a Marbella Club fue el revulsivo que necesitaba para ordenar mis prioridades y abrazar las prácticas wellness como un pilar fundamental a la hora de construir un día a día por el que merezca la pena levantarse cada mañana.

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