Superflua, la editorial que vuelve locos a los amantes de la moda crítica, estrena una nueva colección llamada ‘Un arte de vida’

Que las editoriales pequeñas e independientes se juegan su supervivencia (casi) a diario no es un secreto para nadie. En un contexto de inmediatez, digitalización y macroestructuras empresariales, no son pocos los retos a los que un sello como Superflua debe sobreponerse de forma incansable. “En Superflua no publicamos en digital y, en principio, hoy no nos supone un problema. Es un mercado que crece muy poco y no vemos muy clara la protección que los contenidos tienen frente a la piratería. Lo que sí vemos como una amenaza es la polarización del consumo. No solo que cada vez más este se centra en unos mismos pocos comercios, lo que perjudica al ecosistema del libro, sino que también hay una polarización en cuanto a los temas, con la aparición del romantasy y derivados, y la disminución del mercado de literatura de calidad (soy de los que piensa así)”, ahonda.

Lo que sí ha jugado a su favor, cuenta, es la gran focalización de su catálogo. “Ser especialistas en un nicho es una fortaleza. Es más fácil comunicar tu trabajo y cuentas con una base fiel de lectores. Además, debido al tema que tratamos [la moda], tenemos muy buena cobertura de prensa, y eso nos proporciona una visibilidad poco habitual en una editorial de nuestro tamaño”, revela, y, aunque se muestra satisfecho con la trayectoria de Superflua en sus siete años de andadura, también deja espacio para la autocrítica: “La editorial es un fiel reflejo de lo que yo soy (Pau Masaló, el otro de a bordo, no tiene culpa alguna), con sus cosas buenas y también malas, que las hay, como la lentitud en publicar nuevos títulos, mantenerme a distancia de la vida social (qué importantes son las relaciones), o no haber sabido crear una pequeña cantera de autores españoles. Pero es que soy así: lento, indeciso y poco sociable”, admite.

¿Te arrepientes a veces de haber fundado la editorial? “Depende de cuándo me lo preguntes… No, lo cierto es que no. Los proyectos pequeños, tan personales, siempre son gratificantes, aunque muchas veces den dolores de cabeza. En general, las empresas culturales pequeñas suelen ser precarias, se mueven en la cuerda floja y lidian con verdaderos problemas de supervivencia (aunque desde fuera parezca otra cosa). Pero luego está el placer de hacer lo que uno quiere (en el más amplio sentido de la palabra), la oportunidad de relacionarse con gente a la que se admira, la información a la que uno accede… Y no hay actividad o iniciativa que no encuentre un eco, en nuestro caso, en los lectores, en la interacción con otros autores, en otros proyectos que nos han abierto sus puertas. Así que realmente de lo que me arrepiento es de no haber empezado antes”.

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