¿Qué libertad te ha dado esto?
A lo largo del tiempo me he dado cuenta de que tener la seguridad del dinero público, como en Europa, permite crear y que puedas asumir direcciones artísticas más arriesgadas, porque sabes que, incluso si esa apuesta no funciona, puedes pagar a la gente a fin de mes. En Estados Unidos, el riesgo es mucho mayor, porque dependemos más del éxito, y de que la gente venga al teatro. Pero eso también es bueno porque no solo hay que hacer arte de excelencia, si no que tienes que hacer cosas que conmuevan al público, que le interesen para que quieran venir. Yo siempre he sido muy consciente de eso, antes y ahora.
Colaboras con asociaciones que proporcionan acceso gratuito y equitativo a la educación artística, ¿qué impacto tienen este tipo de iniciativas en la vida de los niños y de los jóvenes?
Los artistas salen de todas partes, pero para crear generaciones de grandes profesionales hay que invertir en que los niños tengan acceso a este mundo, en su desarrollo artístico y personal, y tenemos muchas formas de hacerlo. Trabajamos con colegios locales de San Francisco, colaboramos con más de 2.500 niños dándoles clases de danza una o dos veces por semana. Cuando detectamos un talento e interés, los traemos a la escuela del Ballet. Tenemos ya 700 alumnos y muchos de ellos llegan a trabajar en la compañía. También hacemos matinés gratuitas para colegios y trabajamos con escuelas de educación para niños con capacidades diferentes, por ejemplo autismo, realizando adaptaciones de sonido o iluminación. Además tenemos nuestra colaboración con personas de la tercera edad, con párkinson, demencia… Hay muchísimas formas en las que puedes devolver a la sociedad lo que te ha dado, y darles acceso al arte es la nuestra.
Eres la primera mujer en liderar el San Francisco Ballet, ¿qué techos de cristal quedan aún por romper en tu profesión?
Este mundo cambia todo el rato, es una de las artes que más se autorregenera porque los artistas son jóvenes, son contemporáneos de la sociedad con la que quieren hablar, para la que actúan. Casi todas las compañías que se fundaron en Reino Unido fueron creadas por mujeres: el Royal Ballet, el English National Ballet… Luego de repente esto pasó y se hablaba de que no había directoras. Pero ahora está cambiando y hay más coreógrafas que hace 20 años. Yo nunca he sentido que mi condición de mujer me limitara, de ninguna manera, ni como bailarina ni como coreógrafa ni como directora. Pero es cierto que hasta que yo no hice el primer programa de coreógrafas en el ENB, en 30 años no había bailado en ningún ballet creado por una mujer. Creo que es un tema complicado tanto aquí como en la sociedad.
Además, en la danza, una disciplina que depende tanto del cuerpo, se suman otras dificultades, como por ejemplo, la maternidad.
Yo no lo creo. De hecho, todas las primeras bailarinas que tuve en el ENB fueron madres y fueron mejores artistas después de serlo. Siempre aconsejo a la gente que tenga hijos. Los problemas de la maternidad para una bailarina son los mismos que para cualquiera: el acceso al cuidado, a los colegios, a sus horarios… El cuerpo de una bailarina está acostumbrado a rehabilitarse por lesiones, y en general muchas regresan al escenario rapidísimo después de la maternidad. El problema nunca es el cuerpo, sino el mismo que viven todos los padres, que es cómo vas a organizar las cosas.
El ballet es una profesión dura y sacrificada, pero ahora que estamos en un momento en el que se visibiliza la salud mental y la necesidad del autocuidado, ¿notas un cambio en cómo viven los jóvenes estos mensajes en comparación con tu época?
Sí, definitivamente, ahora los bailarines tienen más consciencia de cuáles son sus necesidades personales. Pero no solo ellos, creo que los directores de mi generación somos más conscientes de cómo nos gustaría hacer mejor las cosas. Desde que yo entré, hace año y medio, hemos transformado lo que ofrecemos en nuestro centro de salud, y eso incluye seminarios de nutrición para los bailarines y todos los equipos que trabajan alrededor de ellos. Ahora tenemos training sobre alimentación, sobre body image, también tenemos psicólogo todas las semanas. Una de las cosas de las que me siento más orgullosa es del centro wellness y de rehabilitación que se hizo en el nuevo edificio del ENB. En mi opinión era el mejor centro para bailarines de Europa cuando se abrió, y aquí, aunque tenemos limitaciones estructurales de nuestro edificio, ya he empezado a romper paredes.