Tebas nos llama provincianos (y tiene razón) | Fútbol | Deportes

Yo ya era un provinciano mucho antes de que a Javier Tebas se le calentase la boca como a esos tuiteros del barrio de Salamanca, faltos de calle. Y a mucha honra. Haría falta mucho más que un pisito de alquiler en el centro de Madrid, o un partido de Liga en un estadio hortera de Miami, para quitarme el orgullo de ser de provincias, de haber nacido en una esquinita del mundo donde los bares abren antes que los colegios y el fútbol se empieza a sentir entre los charcos, justo en el lugar donde mi primo Marcos me cascó dos dientes de un balonazo. Aquí no catalogamos al aficionado por el precio de la entrada. Ni reducimos la pasión a una presentación en Power Point. Y, sinceramente, no parece que nos vaya tan mal.

Puede que en algún momento nos explique alguien, quizás el propio presidente de la patronal de los clubes, en qué consistía, exactamente, esa oportunidad perdida para el fútbol español en su conjunto. Dónde reside el beneficio colectivo de trasladar un partido de liga al patio del vecino rico que vive a miles de kilómetros del estadio más cercano y cómo se capitaliza la deslocalización. En qué mejora la experiencia de los aficionados que Lamine Yamal y Gerard Valentín tengan que cruzar un océano para sacarse fotos con unos cuantos ejecutivos. Por qué una competición que presume de buena salud y tradición debería estar dispuesta a convertirse en una franquicia con alma de pizzería australiana. A falta de argumentos más sólidos que unas cuantas luces de neón, la única oportunidad que parece haber perdido nuestro fútbol es la de haber hecho el ridículo a escala intercontinental, suponiendo que eso no viniese incluido de serie en las gestiones.

Como en las peores películas de serie B, toda esta aventura parecía ceñirse a un plan estrambótico que se presentó con la transparencia habitual: ninguna. Si el fútbol es de los futbolistas, como afirmaba Johan Cruyff, o de los aficionados, como se repite una y otra vez cuando conviene a los protagonistas, este proyecto no era más que una versión distópica del relato, un negocio que ya no cuenta con los unos ni con los otros porque en el centro de la ecuación solo aparecen LaLiga y sus patrocinadores, siempre dispuestos a convertir un saque de banda o una ventana de cambios en un momento de marca. Menudo desplante anteponer el amor a la competición doméstica, a sus estadios y a las propias costumbres de nuestro fútbol en lugar de aplaudir los sueños trasatlánticos del nuevo rey. Normal que Tebas reaccione de manera similar al Albert Rivera de las grandes citas: echando la culpa de todo a las diputaciones.

Parece que ya no queda ni rastro de aquel abogado de Huesca que se conocía la Segunda B de memoria y comprendía las dificultades de llenar una grada cualquier tarde de lluvia. Por eso se lanza, desde su balcón de mármol, a instruirnos sobre modernidad, globalización y futuro. Porque ya no comprende que el fútbol se sostiene sobre la nostalgia, los lugares comunes y unos cuantos rituales que necesitamos repetir cada fin de semana. Porque si ser provincianos implica que te guste más el rugido de San Mamés, o de Riazor, que ver a Marc Anthony aplaudiendo un gol en propia puerta, aquí estaremos, firmes y orgullosos, los que no necesitamos renovar el pasaporte cada año para emocionarnos: algunos sueñan con Miami; nosotros, con que no nos roben los domingos.

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Jue Oct 23 , 2025
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