Hace poco llegó a mis oídos la historia de una mujer que, atravesando una depresión, logró salir adelante tras adoptar a un perro que necesitaba su compañía tanto como ella requería la de él. Desde entonces, otros casos similares surgieron entremedias, como el de los gimnastas olímpicos estadounidenses, que se prepararon para los JJ. OO. de París con la ayuda de Beacon, un golden retriever que les sirvió como apoyo emocional. Junto a él, los deportistas consiguieron evadirse durante los momentos de estrés, pero también cuando sintieron dolor físico y emocional durante los entrenamientos. Esta figura, la del can de terapia, está cada vez más presente en el ámbito de la salud mental.
La psicóloga especializada en intervención asistida con perros y codirectora de Entrelazadogs, Mireia Bosch Falgueras, es consciente de los beneficios que la cercanía de estos animales y el vínculo que establecemos con ellos suponen en nuestro día a día. “Que se produzca esta interacción aumenta significativamente nuestros niveles de oxitocina y dopamina, lo que contribuye a una mayor sensación de bienestar emocional; pero también reduce los niveles de ansiedad, así como la sensación de soledad”, adelanta la experta. “Y por si fuera poco, los canes ejercen como catalizadores sociales que facilitan las interacciones entre personas”, apostilla.
Es, por tanto, un lazo afectivo con claros beneficios fisiológicos, psicológicos y sociales que estudia la antrozoología –la ciencia que aborda la conexión emocional entre los seres humanos y sus mascotas para así analizar nuestro comportamiento–, en la que ya es posible formarse. Una urgencia, la de conocer y de paso poner en valor una de nuestras relaciones más habituales –fuente de infinitos placeres diarios–, que por resultar quizá demasiado prosaica nunca había sido estudiada. “Los animales, generalmente, mejoran el estado de ánimo”, opina Marian Orellana, socióloga y especialista en terapia Gestalt asistida con perros. “Y con los canes mantenemos un vínculo muy especial desde hace miles de años, ya que compartimos el lenguaje emocional y una estructura cerebral parecida que facilita la comunicación entre ambas partes”, desarrolla la profesional.
Esta cercanía innata convierte a la terapia canina en una forma de apoyo emocional única y efectiva. “La clave está en el vínculo que se establece porque es muy profundo y se basa en la confianza y la reciprocidad”, observa Falgueras. De esta manera, el paciente se muestra más comprometido y se incrementa su adherencia al tratamiento. Lo que resulta especialmente relevante en el caso de los adolescentes, ya que a menudo enfrentan desafíos en términos de compromiso y participación a través de las terapias convencionales. “La presencia de un perro logra, en muchas ocasiones, que estos acompañamientos resulten más atractivos y accesibles para los más jóvenes, fomentando una mayor apertura, así como una mejor disposición a trabajar en sus problemas emocionales y conductuales”, continúa la psicóloga. Una ventaja que suscribe Orellana. “Muchos quizá nunca habrían asistido a estas sesiones, incluso sabiendo que lo necesitan”, añade.