Para poder entender la determinación con la que vive Teresa Perales hay que conocer su historia primero. Porque para esta nadadora que ha ganado 27 medallas (7 oros, 10 platas y 10 bronces) en seis Juegos Paralímpicos, lo peor no fue quedarse en una silla de ruedas con 19 años, sino la leucemia que le quitó a su padre cuatro años antes: “No tengo recuerdo de haber tocado fondo tanto como entonces. Es lo más duro que he vivido nunca, porque es lo único que no tiene vuelta atrás”. La segunda bofetada vino días después, en una carta que llegó demasiado tarde con el aviso de un donante para su padre. Imposible no derrumbarse con la cabeza atrapada en la hipótesis de lo que pudo ser.
Pero entonces, su madre, Sebi, le inculcó la lección que después la llevaría a lanzarse a una piscina, sin saber nadar y con una neuropatía: “Me enseñó que no te puedes quedar atrás por las trabas que te pone la vida”. Así que cuando la atleta recibió en 2021 el Premio Princesa de Asturias de los Deportes, dedicó su discurso a esta mujer que logró sacar adelante a su familia (tenía otro hijo de 8 años cuando falleció su marido) a pesar de las adversidades: “Siempre tuvo la certeza de que tenía un sitio al que llegar, y que yo no me iba a quedar siempre bajo la protección que me daban sus alas. Jamás me dijo: ‘No puedes, no debes, no sigas, no lo vas a lograr’”, contó la atleta en el teatro Campoamor.
Nunca encontró trabas en su familia. Si Teresa no podía acceder con silla de ruedas al portal de casa –“tenía 25 escalones hasta subir al ascensor y los vecinos no quisieron hacer el portal accesible en los 10 años que viví allí”–, entraba por la puerta del garaje. Si Teresa decidía que se iba a apuntar a clases de natación, Sebi le ponía un chaleco salvavidas porque le parecía más seguro que un flotador. Y si a Teresa le ofrecían dar una conferencia en inglés a pesar de su miedo escénico y su escaso conocimiento del idioma, acababa dedicándose a ser conferenciante. “Me gusta tanto hablar con la gente que empecé a ver la tele en inglés y aprendí. Hay que quitarle hierro al asunto. Ni me van a pegar ni me van a escupir. Si hoy no me sale bien la conferencia, mañana voy a seguir”.
Hablar desde el corazón, como ella define su labor, es solo una parte muy pequeña de un inmenso currículum, en el que cada logro guarda una historia de esfuerzo: “He llegado a tener momentos de dolor de partirme una muela, pero le concedo solo ese momento, no dejo que domine mi vida”. Y gracias a ese control titánico se diplomó en Fisioterapia, es coach personal y deportiva, escritora (tiene publicados dos libros: La fuerza de un sueño y Mi vida sobre ruedas), profesora de fisioterapia y discapacidad en la Universidad de Zaragoza, doctora honoris causa de la UNED y de las universidades Pablo Olavide y Miguel Hernández, y fue diputada en las Cortes de Aragón. Pero la zaragozana es, sobre todo, deportista de alto nivel desde 1998. “Hacer deporte es como mi zona de control, de seguridad, en la que realmente me siento libre. En el agua no necesito la silla y me muevo como quiero. Con un brazo hago barbaridades. Me hace sentir libre y feliz, y capaz de controlar la situación”, dice la medallista, que cuando comenzó a vivir desde una silla de ruedas, ni sabía nadar ni le interesaba lo más mínimo: “No me gustaba nadar pero sí chapotear o flotar. Solo sabía hacer el estilo perrito. De pequeña intenté aprender pero lo pasaba fatal porque te tiraban al centro y tenías que llegar al bordillo, y el bordillo no llegaba. Me hundía. Odié nadar con toda mi alma”.