El suministro de cocaína, heroína, alcohol y analgésicos corre a raudales, y los agotadores turnos terminan solo para dar paso a noches de juerga que siempre parecen concluir en Long Beach, con todo el mundo desmayado en la arena. Hay un interludio en un local sumamente turbio donde el personal pasa más tiempo montando metralletas para venderlas en el baño de empleados que cocinando. Y hay otro pasaje evocador en el que Bourdain vaga a la deriva por Tokio en un viaje de trabajo, tan abrumado por la increíble oferta gastronómica que se retira vergonzosamente a un Starbucks.
El capítulo titulado “A Day in the Life”, es una obra maestra de la tragicomedia que sigue al chef mientras se afana en su restaurante neoyorquino, Les Halles, gestionando crisis y sufriendo un colapso total al estilo de Gordon Ramsay. El ritmo maníaco, la angustia, los giros y las meteduras de pata lo convierten en el complemento perfecto del impresionante episodio «Repaso»de la primera temporada de The Bear, ese ataque de pánico televisivo de 20 minutos en el que todo se tuerce para Carmy, Syd y compañía. Hay otro capítulo, “From Our Kitchen to Your Table”, donde se explica por qué no deberías pedir mejillones y por qué el brunch es lo peor, ha transformado mi forma de ver y experimentar los restaurantes. Pero, sobre todo, Bourdain solo quiere prepararte para el éxito, no infundirte miedo. Como él mismo dice: «Tu cuerpo no es un templo, es un parque de atracciones. Disfruta del viaje».
Lo que te empuja a seguir leyendo, lo que te arrastra del cuello, lo que inevitablemente te hace pasarte paradas de metro y leer hasta altas horas de la noche, es su voz. Ruda, mordazmente divertida, envolvente y tan franca que casi duele, seguirá resonando en tu cabeza mucho después de haber terminado Kitchen Confidential (para quienes lo deseen, me han dicho que el audiolibro, narrado por el propio Bourdain, es una alternativa maravillosa al tomo físico).
Su lenguaje es tan grosero que tienes que reírte, en ocasiones algo sexista y plagado de estereotipos raciales y culturales, pero, extrañamente, es difícil ofenderse: es fruto absoluto de su época, pero Bourdain también se esfuerza en elogiar a las duras mujeres con las que ha trabajado, y está claro que su lealtad está firmemente del lado de los trabajadores inmigrantes (principalmente hispanohablantes) que mantienen en funcionamiento las cocinas de todo Estados Unidos, por encima de los chefs predominantemente blancos que son los rostros de esos proyectos. Siempre elige el bando correcto, de modo que una puede relajarse y disfrutar de ese relato tan disparatado como desgarrador.