Este grupo se convierte en la nueva familia de Ann, y las secuencias de baile que siguen son realmente trascendentales. Seyfried y sus coprotagonistas se entregan en cuerpo y alma, moviéndose con una determinación, ferocidad y abandono que parecen salir de la pantalla, agarrarte por el cuello y arrastrarte con ellos.
La música también es mágica. Para los alérgicos al género, permítanme aclarar que no se trata de un musical al uso, sino más bien de una película con canciones, y estas melodías son, en su mayoría, folclóricas, artificiosas y hechizantes: los tradicionales cánticos espirituales de los Shaker reimaginados con maestría por Blumberg (mantén los ojos bien abiertos para no perderte un largo cameo del compositor más adelante). Uno o dos de los himnos, cantados por la angelical Seyfried, tienen un ligero regusto a la factoría Disney (a algunos les recordarán a Mamma Mia y Los Miserables), pero estos momentos son también, en general, los más potentes de la película.
Ann pronto conocerá a su futuro marido (un melancólico Christopher Abbott), un herrero muy duro como el hierro, como su padre, y tiene varios hijos con él. Todo acaba con un corazón roto, y el montaje que resume este capítulo de su vida es brutalmente económico, una lacerante y magistral montaña rusa de falsas promesas y un sufrimiento atroz. Ann llega a su punto más bajo, pero su fe acaba por sacarla de él y alcanza una cierta santidad.
La primera hora pasa volando, pero no ocurre lo mismo con la segunda. Ann y sus acólitos viajan a América para encontrar más fieles. En esta parte la historia parece más a la deriva, pero luego reencuentra su equilibrio gracias, en gran parte, a otro interludio musical. No obstante, una vez que llegan al Nuevo Mundo, lo que arrancó con un acelerón sin aliento comienza a estancarse.
Se plantean varias cuestiones interesantes: el analfabetismo de Ann, las deserciones entre sus amigos y familiares y las acusaciones de traición, dado que es una inmigrante británica que difunde su propio evangelio en un momento en que la nación lucha contra la opresión colonial del rey Jorge III. Pero The Testament Of Ann Lee no consigue decidir en qué centrarse. En lugar de ello, cae en un recuento rutinario de la historia de Ann hasta que llegamos a una conclusión que desconcierta por el flaco clímax que supone. ¿Qué quiere decir esta película sobre Ann, esta secta y este momento de la historia? No tengo ni idea, y no sé si Fastvold y Corbet lo sabrán.