Todas las veces que nos enamoramos de Marisa Paredes

De forma repentina y provocando una enorme tristeza en todos los que han vivido admirando su rostro en pantalla, Marisa Paredes fallecía en la mañana del 17 de diciembre. Incontables reconocimientos a lo largo de una carrera que abarca más de 75 películas y 80 producciones de televisión, la de una estrella como cada vez quedan menos. Más de seis décadas dedicada a la actuación que han terminado de forma abrupta también con un compromiso con las políticas progresistas a las que apoyó sin ambages desde sus comienzos.

Aunque desarrolló una carrera que la llevó a actuar con todos los directores relevantes de la cinematografía española, fue Pedro Almodóvar el que la convirtió ya en 1983 en una de sus chicas Almodóvar. Entre tinieblas, aquella gamberrada fruto de los 80 que se colaba entre las paredes del Convento de las Redentoras Humilladas, donde todas las mujeres que formaban la comunidad llegaban precisamente buscando la redención después de haber vivido en pecado. Tal y como contó Pedro Almodóvar en más de una ocasión y a quien esto firma durante la promoción de La habitación de al lado, que se alzó con el León de Oro en el Festival de Venecia, fue en la misma cita italiana donde el director presentó por vez primera en el extranjero un largometraje. Y fue este, en un país profundamente católico, el que provocó un escándalo que en ningún caso avergonzó a las involucradas. España salía de su dictadura y encarnar a aquella Sor Estiércol era un statement con todas las letras. Drogas, monjas y lesbianismo para acabar con la Transición, tal y como tituló hace ahora cinco años Vanity Fair.

Marisa Paredes volvió a trabajar en Italia, a las órdenes entre otros de Roberto Benigni, nada menos, así que nada que lamentar de aquella herejía, pero fue aquella madre disfuncional de Tacones Lejanos la que robó el corazón de los espectadores. Becky del Páramo, una diva con todas las letras que vestía de Giorgio Armani cuando pocas mujeres se podían permitir eso en España. La relación con su hija, Rebeca, a la que encarnaba una inmensa Victoria Abril, fue una de las que se quedan para siempre en la memoria y el idilio con Pedro Almodóvar quedaba más que afianzado aquí. Un idilio que llegaba a la cumbre probablemente en 1995 con La flor de mi secreto.

La flor de mi secreto –a la que Isabel Calderón y Lucía Lijtmaer dedicaron un capítulo excelso de su pódcast Deforme semanal– mostraba a Marisa Paredes como Leo Macías, una mujer rota de desamor que dedica su vida a escribir novela romántica. Amanda Gris, la estrella de las letras que nadie sabe qué rostro tiene. Leo, la mujer desmadejada que es incapaz de quitarse unos botines. La vuelta al pueblo de esta mujer, la conexión con sus raíces, contrastan con esa persona cosmopolita que coge un taxi a Miguel Yuste 40, el lugar por el que antaño se entraba en la redacción de El País, ejemplo entonces del periodismo moderno que necesitaba el país. “Betty, menos beber, que difícil me resulta todo”, una frase que se seguirá usando por los tiempos de los tiempos.

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