Un total de cuatro veces son las que he visto a Amaia Romero (Pamplona, 1999) en concierto. Me encanta disfrutar de la música en directo, pero sobre todo si se trata de alguien a quien llevo años siguiéndole la pista y viendo su evolución artística, como es el caso de la exconcursante de Operación Triunfo. Los nervios previos al show, las ganas de cantar a todo pulmón, la posible cercanía o las espontaneidades propias de cada espectáculo, que hacen que no haya dos exactamente iguales. Un chute de dopamina en toda regla. Sin embargo, a veces, con un concierto es suficiente para hacer el check en la lista de ‘artistas que ver sí o sí en directo antes de morir’. Un efecto que no surte de igual forma con Amaia: verla a ella, nunca es suficiente. No importa las veces que la escuche cantar Yamaguchi, tocar el piano frente a un público en pleno silencio o presenciar cómo deja escapar sus míticos ‘joé’ entre canción y canción. Siempre querré seguir viendo a Amaia en directo.
Aunque no asistí a la presentación de su último disco, Si abro los ojos no es real (2025), en el Movistar Arena (antiguo Wizink Center) en Madrid el pasado 23 de febrero, me quedé completamente pegada al móvil frente a los stories que llenaron mi feed de Instagram. Fue entonces cuando sentí el verdadero significado de FOMO: estar perdiéndome algo que me hacía verdadera ilusión o, lo que es lo mismo, no estar viendo a Amaia en directo una vez más. Cuando salieron las entradas de la novena edición del Festival Tomavistas de Madrid con Amaia como una de las artistas que conformaban su cartel –además de otros nombres como Judeline, Love of Lesbian, María José Llergo, Pablopablo, Ganges o Mala Rodríguez, entre muchos otros, repartidos entre tres días de festival– no dudé en un solo momento. Ya tenía una nueva fecha para disfrutar de Amaia y de su música y, como todas esas veces que he tenido la oportunidad de escucharla, consiguió dejarme sin palabras y aumentar más (sí, es posible) mi admiración hacia ella como artista.
Siempre a la altura
Entre los miles de pensamientos que pasaron por mi cabeza mientras la navarra lo daba todo sobre el escenario confirmé (una vez más) que, no importa las veces que asista a un concierto suyo, Amaia siempre va a estar a la altura. Es más, consigue elevar las expectativas con las que normalmente se va a un concierto. No solo canta: toca el piano y la guitarra, también se atreve a subirse a un tablao o incluso con el arpa y –como muchas artistas femeninas, acostumbradas a tener que demostrar su valía en esta industria– no para quieta en el escenario, baila e interactúa con fans constantemente. Da igual que llueva, que haga una temperatura propia (e infernal, en ocasiones) de los meses de verano o que haya algún que otro problema técnico que se escape de su control. Frente a cualquier imprevisto, Amaia se muestra siempre al nivel del estatus de artista que ha cosechado a lo largo de su trayectoria musical. Y lo hace de una forma tan natural que, inevitablemente, consigue dejar a cualquiera con la boca abierta.
Al natural, simplemente siendo Amaia
A pesar de tener veintiséis años, Amaia demuestra un dominio escénico que muchos artistas solo consiguen llegado un punto de su carrera. Y lo hace al natural, sin pretensiones, siendo simplemente ella misma. Una naturalidad que lleva demostrando desde sus inicios y con la que cautiva al público una y otra vez. No interpreta un papel de superestrella, es más, su ‘yo’ del escenario se asemeja mucho a lo que vemos de ella en otros contextos: entrevistas en las que se muestra sincera y sin tapujos, la espontaneidad de sus posts de Instagram y TikTok… Si el arpa se le clava en el hombro mientras interpreta Ya está, lo dirá. Si algún instrumento no está lo suficientemente afinado, también lo hará saber. Todo sin la necesidad de fingir la perfección que muchos otros conciertos derrochan. Pero, aún sí, todo lo que hace Amaia roza esa misma sensación.
Sus coreografías y estilismos también forman parte de este universo. Lo primero que pensé al verla bailar al ritmo de M.A.P.S fue: “Es tan Amaia”. Un sello personal que también deja marcado siempre en la elección de sus looks a la hora de subirse a un escenario –aunque fuera de él, también–. Un estilo vintage, sencillo y con toques románticos propios de los 2000. Y si los tacones le molestan, como aquella noche en el Tomavistas, el público también lo sabrá. Una naturalidad con la que consigue un efecto de empatía sobre su público y con la que destapa alguna que otra carcajada. Porque, sí, podría pasarnos a nosotras también perfectamente.
El reflejo de toda una generación
Todos estos rasgos propios de su personalidad y que forman ya parte de su carisma artístico se han ido traduciendo en el reflejo de toda una generación. Como centennial, Amaia lidera esa tendencia por ignorar las críticas, dejar de actuar acorde a los pensamientos del resto y hacer, simplemente, lo que le apetece. Es natural, pero también cercana y fiel a sus principios. Una autenticidad que muchos aspiran alcanzar y para los que la artista se convierte en toda una inspiración. La navarra representa a una generación que no tiene prisa por explicarse, que se permite estar confundida y que abraza constantemente la contradicción. Lo que vimos en el directo de OT allá por 2017 era solo una pequeña parte de toda su personalidad y valores que la conforman como artista y persona.
Aunque claro está que hay algo profundamente generacional en Amaia, no pude evitar echar un vistazo a quienes conformaban el público para el que actuó aquella noche en el espacio de Caja Mágica de Madrid. Me sorprendí viendo a perfiles de todas las edades y que conectan igual (o incluso más) con todas sus sinceridades y que disfrutan de escucharla versionar canciones propias de otras épocas, como la versión de Santos que yo te pinte, de Los Planetas, o Me pongo colorada, de Papá Levante.
Una sencillez muy poderosa
Lo que ha creado Amaia es un show sencillo, pero en el buen significado de la palabra. No tiene fuegos artificiales o efectos visuales despampanantes, tampoco un escenario con una pasarela inmensa o un amplio elenco de bailarines. La cantante ha demostrado no necesitar nada más allá de los instrumentos y músicos que la acompañan. Quien va a verla, va a ver a Amaia Romero y no necesita más. Sabe a ciencia cierta que presenciará un espectáculo increíble a nivel artístico, pero también sincero, cercano y muy real. Una esencia que conmueve a todo el que la ve y que se mezcla con el peso lírico de sus canciones hasta convertirse en una experiencia infinitamente poderosa.