Donald Trump ha concedido la medalla presidencial de la Libertad, la mayor distinción civil en Estados Unidos, a su aliado y activista conservador asesinado, Charlie Kirk, en una ceremonia este martes en la Rosaleda de la Casa Blanca. El homenaje ha tenido lugar mientras el presidente endurece su presión, y su retórica, contra los grupos de izquierda, a los que acusa de alimentar la violencia y fomentar la polarización.
Mientras el evento tenía lugar, el Departamento de Estado anunciaba que ha cancelado los visados a media docena de extranjeros que se habían expresado de manera crítica hacia Charlie Kirk o habían minimizado su asesinato en redes sociales. En un hilo en X, la antigua Twitter, la diplomacia estadounidense ha revelado que los extranjeros afectados son nacionales de Argentina, México, Alemania, Paraguay, Sudáfrica y Brasil.
“Estados Unidos no tiene ninguna obligación de acoger a extranjeros que deseen la muerte a estadounidenses”, declara el organismo que encabeza Marco Rubio, que no precisa si las personas a las que se les ha retirado el visado se encontraban en suelo estadounidense o qué tipo de visado concreto tenían.
Al acto en la Casa Blanca asistieron personalidades políticas y de los medios republicanos, además del presidente argentino, Javier Milei, que poco antes se había reunido con el mandatario estadounidense en el ala oeste de la residencia presidencial. En la ceremonia, Trump se deshacía en elogios a Kirk, amigo personal suyo y de su familia, y un hombre del que asegura que le debe en parte el haber llegado a la Casa Blanca. Sin su movimiento juvenil, Turning Point America, su popularidad entre los menores de 30 años hubiera sido menor, sostiene.
“Estamos aquí para homenajear y recordar a un valiente guerrero por la libertad, un líder adorado que galvanizó a la nueva generación como nadie que yo haya visto antes”, sostenía el republicano ante más de doscientas personas congregadas en la ceremonia, mientras entregaba la medalla a Erika Kirk, la esposa del activista que Trump ha descrito como un “mártir de la libertad”.
Kirk, que este martes hubiera cumplido 32 años, fue asesinado de un disparo en el cuello el 10 de septiembre mientras participaba en un debate de su organización en la Universidad del Valle de Utah. Su muerte causó una enorme consternación en los círculos conservadores, muy especialmente en el movimiento trumpista, donde el joven activista contaba con numerosos seguidores.
Desde el asesinato, el presidente estadounidense ha aludido a esta muerte como argumento para incrementar la presión, y las medidas de su Gobierno, contra los grupos que define como “extremistas de la izquierda radical”.
Trump ha declarado organización terrorista al movimiento antifascista, pese a que los especialistas consideran que los grupos antifas son muy pequeños, no están organizados, no tienen un liderazgo definido ni recurren de manera sistemática a la violencia, como sostiene el mandatario.
A raíz de esa medida de Trump, la Administración ha lanzado una campaña para investigar las actividades de esas organizaciones, y de grupos que puedan financiarlas, en la que participan desde la Agencia Federal de Investigaciones (FBI) a la Hacienda estadounidense, el Internal Revenue Service (IRS).
Entre otras cosas, Trump acusa a grupos antifa de estar detrás de las protestas contra su dura política de deportaciones que tienen lugar frente a un centro del Servicio de Control de la Inmigración y Aduanas (ICE) en la ciudad de Portland (Oregón). El republicano considera, pese a que las autoridades locales sostienen lo contrario, que esas manifestaciones se encuentran fuera de control y han desbocado la violencia en esa urbe, hasta el punto de hacer necesario el despliegue de soldados de la Guardia Nacional. Una jueza ha bloqueado esa movilización, que se encuentra ahora a la espera de que un tribunal de apelaciones decida sobre el caso.
Al mismo tiempo, Trump ha restado importancia a la violencia perpetrada por grupos de extrema derecha, asegurando que los incidentes de gravedad suelen ser responsabilidad de la izquierda. En el asesinato de Kirk, los investigadores no han encontrado pruebas de que el único sospechoso actuara de modo coordinado con algún grupo.