Esta pieza forma parte de la serie de relatos ‘Pasajes de Esperanza’, publicada en el número de agosto 2024 de Vogue España.
Siempre me ha interesado saber por qué la gente escribe, que razón impulsa a alguien a destripar su propia vida o a inventar ajenas, aun sabiendo que, por regla general, lejos de engendrar riqueza cosechará periodos de hambre. El motivo que más me convenció fue el que le leí una vez a Stephen King. “Si soy escritor –dijo– es gracias a los sonidos que escuchaba de niño en el pasillo y el terror que me infundían”.
No recuerdo ni cuándo ni dónde leí dicha afirmación. De hecho, no recuerdo ni siquiera si es cierta. Lo que sí sé es que encontré en ella el motivo para escribir yo misma. De alguna forma, yo también soy producto de esos ruidos en el pasillo que oía desde mi cama de pequeña; de alguna forma, sigo aterrorizada, hecha una bola, bajo las sábanas esperando a que eso que escucho se materialice. Si ya en la cuarentena me ha dado por escribir, quizás sea para desterrar por fin, si no todos, al menos algunos de los miedos que me anclan a ese lugar desde niña.
Es curioso porque mi casa era pequeña y visto en retrospectiva el pasillo era corto, lejos de la imagen de esos corredores infinitos de las casas embrujadas. Pero cada noche, cuando mi madre me metía en la cama, empezaba ese recital inexplicable de pasos y golpes, gemidos y roces, que venían claramente de allí: el pasillo oscuro, estrecho y chato que conectaba mi habitación con la de mi madre.
Algunas veces, con voz temblorosa, la llamaba. No me resultaba fácil. Me daba miedo romper mi propio silencio por si eso enojaba a lo que fuera que había ahí afuera, y prefería la pasividad doliente al pánico rebelde. Pero cuando lo hacía, ella se apresuraba a mi cama, me tomaba de la mano y me llevaba hasta el pasillo. “No hay nada. ¿Ves? Aquí no hay nada”, decía, mientras encendía la luz y movía los brazos al aire. A mí eso no me consolaba, más bien me parecía de una ingenuidad inaudita para un adulto. ¿Cómo se amedrentaría ante la luz o la figura poco amenazante de mi madre el horror en estado puro? “Esos ruidos son los vecinos. Estas paredes son de papel”, añadía mientras me arropaba de nuevo.