Sin duda, para ella lo es. Una extensión de su persona que a ella le costó años encontrar, en parte también por ese espíritu rebelde que se asocia a los años adolescentes. “Cuando era pequeña me hice de todo. Me rapaba con la maquinilla de mi padre, me lo teñía entero, me hacía mullets o me pegaba extensiones con una soldadora de la clase de tecnología que me llevé a casa. Mi madre nunca me ha dicho nada, solo una vez que llegué con una estrella rapada que parecía un Miró me dijo que por qué no lo dejaba descansar un poco”, ríe.
Ahora, ya con la fase de experimentación superada, el cuidado que le dedica es mínimo. “A veces me preguntan: ‘¿Pero cómo haces para lavártelo?’. Porque la gente se piensa que es una locura, pero simplemente me tengo que cepillar el pelo antes de ducharme (porque si no se me enreda demasiado), luego me lo enjabono, me pongo el acondicionador y ya”, desgrana. Una rutina sencilla que solo complementa con dos tratamientos anuales. “Uso un champú de la marca Farma Dorsch, que se rumorea que es el que usa la reina Letizia”, apunta con una carcajada. “Esto lo descubrí después, ¿eh? Pero vamos, es un champú normal: anticaída, antiedad y libre de sulfatos y de siliconas. Más allá de esto, me tomo unas pastillas que se llaman Vitacrecil Complex Forte cada seis meses y una vez al año me hago un tratamiento hidratante de queratina de manzana en la peluquería que lleva como cinco horas y es un infierno. A este tratamiento yo lo llamo el poni, porque siempre salgo de allí hecha un auténtico poni”.
Un ritual que podría sumarse a tantos otros que, tras esta entrevista, Salazar comparte para ilustrar el papel definitorio que la melena ha jugado a través de la Historia: de cuadros que rinden homenaje a seres queridos con mechones que crean motivos pictóricos, a un manual de la Inquisición de 1486 que afirmaba que el pelo de las brujas debía ser rapado por sus poderes asociados. Incluso un pasaje que referencia el guardapelo que Voldemort usaba en el sexto libro de Harry Potter para guardar una parte de él, pese a que, tal y como apunta la diseñadora, el villano era absolutamente lampiño. “También en Nosferatu una de las protagonistas entrega un guardapelo”, reflexionaba unos días antes, cuando la conversación derivó hacia el significado histórico de este elemento. “Supongo que era lo más íntimo que podías dar de ti en esa época en la que no se llevaban los nudes, ¿no?”. Y aunque reconoce que ella nunca ha regalado ningún mechón, puede que cuando llegue el momento de resetear, tenga para rellenar unas cuantas joyas. Un punto de inflexión, el del corte, que según adelanta todavía queda lejos. “Me he puesto como objetivo que me llegue hasta la rodilla”, concede. “Ahora lo llevo por debajo del culo, así que me queda un fémur para alcanzar mi objetivo. Un fémur de cordura”.