Como ocurría en El sabor de las cerezas —la película con la que Abbas Kiarostami logró la Palma de Oro del festival de Cannes de 1997—, Irán vuelve a asomarse al mundo por la ventanilla de un automóvil. Un simple accidente, de Jafar Panahi, no es el solitario viaje en coche de un hombre en busca de alguien que le dé sepultura después de suicidarse, como ocurría en aquel elegíaco y filosófico trayecto de Kiarostami, cineasta cuyo legado e influencia es fundamental en el propio Panahi y en el cine contemporáneo. Esta vez se trata de cinco personajes encerrados en la misma furgoneta donde uno de ellos cree haber capturado al hombre que un día los torturó. Una furgoneta blanca en la que cabe un terrible dilema moral, muchas dosis de humor absurdo y hasta una nueva Palma de Oro, la segunda, para la inagotable cinematografía iraní.
Jafar Panahi rodó Un simple accidente como se ruedan tantas películas en Irán: con escasos recursos materiales, sin permisos y en la clandestinidad, burlando la censura y las restricciones oficiales. Los dos personajes femeninos que circulan en esa furgoneta, una novia y una fotógrafa, se muestran tanto en el exterior como el interior sin la hiyab cubriendo su cabellera, ignorando así la ley de “control moral” que acarrea para muchas mujeres detenciones, torturas y cárcel. Panahi, que desde 2010 cumple una condena que le impide trabajar, convierte esa furgoneta sin rumbo en un espacio privado en el que se irán revelando las historias comunes (públicas) de una película tan coral como locuaz.

Tampoco parece casual que en un diálogo bajo un árbol se cite Esperando a Godot, de Samuel Beckett, una de las cimas del teatro del absurdo y de la literatura universal. Un simple accidente juega a la representación y sus símbolos en unos circunloquios cuyas repeticiones remiten a los círculos del teatro del absurdo. En Un simple accidente la furgoneta blanca y sus pasajeros solo dan vueltas sobre sí mismos.
La farsa y el barullo rodean al dilema central de una película que enfrenta a los personajes a cuestiones existenciales sobre la justicia y la venganza. De todos, destaca el hombre que ha provocado el enredo, el que conduce sin rumbo la furgoneta, interpretado por un actor inolvidable, Vahid Mobasseri. Se trata de un hombre sin demasiadas luces ni doblez que, en los primeros minutos de la película, se ve arrastrado por el pasado y el azar cuando cree descubrir a su torturador. Un simple sonido basta para despertar la memoria dormida y al monstruo.
Panahi nos enfrenta así a una película hecha con lo mínimo, en la que los giros teatrales se dan la mano con el poder del fuera de campo, y que con todos estos elementos aspira a hacerse preguntas sin respuesta sobre el lugar del perdón, la burocracia del verdugo, las heridas de las víctimas, y sobre todo, el lugar del mal. Ese es su asunto central, un viaje en el que víctimas y verdugos parecen intercambiar papeles, pero en el que prevalece el horror, con todos sus accidentes, engaños y máscaras.
Un simple accidente
Dirección: Jafar Panahi.
Intérpretes: Vahid Mobasseri, Ebrahim Azizi, Madjid Panahi, Mariam Afshari, Hadis Pakbaten, Delmaz Najafi, George Hashemzadeh.
Género: drama. Irán, 2025.
Duración: 105 minutos.
Estreno: 17 de octubre.