Una cierta alegría, por Sara Torres
Este relato de Sara Torres forma parte de la serie ‘Pasajes de Esperanza’, publicada en el número de diciembre 2024 de Vogue España.
¿No es que es eso el amor al comienzo? Una cierta alegría.
Jamás hay que posponer ninguna alegría, se puede leer en uno de los
grabados en relieve de Herculano. Posponer es la neurosis esencial:
pensar que la vida verdadera comienza mañana y, en la espera,
soportar la tristeza, evitar pensar, ignorar el presente.
Anne Dufourmantelle
Tenía treinta y siete años y llevaba tres de análisis. En sus encuentros semanales la psicoanalista había escuchado con paciencia, y cierta actitud desafiante, la insistencia de ella en la búsqueda de “la madurez de su carácter”. Esta búsqueda, alegaba, culminaría cuando alcanzase una anhelada estabilidad que, como requisito, necesariamente tenía que pasar por la renuncia a algunas pasiones. Por la renuncia a algunas formas de la belleza que siempre le habían obsesionado, esas que ocurren sólo en la intimidad intensa de las amantes, bajo el tono de voz del cortejo y con sus gestos glotones.
-¿Por qué confías tanto en que la renuncia va a traerte bienestar?
-Porque ya probé con la entrega a la pasión y, después de cada vez, vino una angustia más grande y más demoledora. Porque cada vez que deseo me vuelvo más impertinente para alguien que me mira desde afuera. Cada vez que deseo alguien me deja de querer.
-Alguien te deja de querer…
La mujer de este relato sabía darle a la psicoanalista exactamente las palabras con las que hacerla gozar su trabajo, pero aún así todavía estaba muy lejos de comprender lo que le estaba pasando, su propia trampa, en la que llevaba instalada toda la vida.
– ¿Y no hay posibilidad de amar sin renuncia? ¿has pensado en esa posibilidad?
Claro que lo había pensado. Muchas veces, hipotéticamente, en una suerte de alucinación conceptual que no había dado buenos frutos cuando ésta se ponía en marcha como modo de vida. Ella era testigo, lo había visto frente a sus ojos, por cada no-renuncia en su vida el amor de alguien se había decepcionado, atravesando un viacrucis donde a una falsa tranquilidad le sigue un susto, y después una rabia que deriva al fin en un adelgazamiento de la ilusión, una desconfianza desmotivada. Cada vez que se dejaba guiar por su deseo, ella se convertía para otras en una máquina que pierde puntos, aceite, fiabilidad. Cada una de sus no-renuncias la había convertido en un aparato defectuoso. Había sido así desde las primeras decepciones causadas a la madre, hasta ahora…
-Pero tu madre no podía aceptar la independencia del deseo de las personas a las que amaba
-¿Puede alguien aceptar el deseo de las personas que ama?
Parecía que la analista se negaba a reconocer el lado práctico de la vida, ese que organiza las existencias adultas para que cada día no esté animado por un nuevo sobresalto.
-Mira, no entiendes que, si estoy aquí hablando contigo, si empecé esta conversación hace tres años, es por una cuestión específica, que se ha convertido en urgente. La verdad es que nunca he sido capaz de renunciar a mi deseo, porque siempre me movió por dentro un vigor tan grande que desordenaba todo lo conocido y glorificaba todas las promesas de vitalidad que encontraba en las otras. Ahora yo quisiera aprender a renunciar, dar a las demás de verdad lo que quieren de mí. Hacerlas felices.
