Una mujer de línea dura en Japón | Opinión

La investidura de Sanae Takaichi como primera ministra de Japón presenta, sin duda, una gran relevancia al ser la primera vez en la historia del país en que una mujer liderará el Gobierno. Pero también supone un importante giro en la política nipona debido al perfil ultraconservador y nacionalista —“Japón primero” es su lema— de la líder del Partido Liberal Democrático (PLD), quien ha sustituido a Shigeru Ishiba, de la misma formación. Ishiba fue forzado a abandonar el cargo por las élites del partido tras dos batacazos electorales y después de permanecer poco más de un año al frente de la cuarta economía del mundo.

Japón se adentra pues en una nueva etapa en la preocupante estela del populismo de corte trumpista bajo el liderazgo de esta mujer de 64 años admiradora declarada de la conservadora británica Margaret Thatcher —a la que imita incluso en el estilo de su vestimenta— y que asegura querer convertirse en la Dama de Hierro nipona. De hecho, su primera medida es la creación de una policía especial migratoria al amparo de una eufemística “ley para una sociedad de coexistencia ordenada con extranjeros”. Takaichi ha nombrado para la cartera de Inmigración a una diputada cercana al partido socio de coalición gubernamental, Ishin, formación que ha propuesto mantener por ley el porcentaje de población extranjera por debajo del 10%.

Se trata de un discurso casi calcado al de Donald Trump, a quien recibirá este lunes en Tokio en lo que es su primera gran prueba de política exterior. En este aspecto, Takaichi es partidaria de que Japón adopte una línea más dura en su defensa en un vecindario donde hay tres países con armas nucleares: Rusia, China y Corea del Norte. La mandataria está a favor de reformar la Constitución para dar un mayor papel al Ejército, muy restringido en la actual ley fundamental, en vigor desde 1947, tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. El viernes anunció que acelerará la inversión en defensa para llegar al 2% del PIB.

La llegada de mujeres a cargos de máxima responsabilidad debe ser lógicamente saludada como una buena noticia, pero en el caso concreto de Takaichi no augura ni mucho menos un avance en políticas feministas. La primera ministra, a pesar de haber ostentado previamente la cartera de Igualdad, ni siquiera apoya la histórica reivindicación de que las mujeres japonesas casadas no estén obligadas a adoptar el apellido del marido, defiende la ley sálica que impide a las mujeres heredar el trono imperial y no respalda el matrimonio homosexual. Es más, de 18 ministros en su primer Gabinete solo ha nombrado a dos mujeres. Un comienzo poco prometedor para revertir una desigualdad milenaria en Japón.

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