Violaine Bérot, la escritora que dejó la inteligencia artificial para criar cabras: “Ahora observo a los humanos con ojos de ganadera” | Cultura

Violaine Bérot (Bagnères-de-Bigorre, 58 años) está acostumbrada a vivir al límite. “Siempre estoy en los extremos, ese es mi carácter”, concede la novelista francesa con una sonrisa amplia y una mirada vivaz. A los 30 años abandonó su trabajo como investigadora en inteligencia artificial para dedicarse al pastoreo de cabras. Y luego, pasados los 40, dejó el rebaño para entregarse por completo a su primera pasión: la escritura. En las últimas décadas ha residido en lugares perdidos de los Pirineos franceses. Hoy vive en una cabaña sin agua corriente ni electricidad, en un punto remoto de la cordillera. “El pastoreo me enseñó a llevar una vida muy frugal: gastar poco, vivir con lo que daba el rebaño. Pero esa rudeza me gustaba y me sigue gustando”, contaba a finales de septiembre en Barcelona, durante una visita para presentar Caída de las nubes, un libro de 2018 que ahora recupera la editorial catalana Las Afueras, conocida por su gusto por los textos inclasificables.

Después del impacto de Como bestias, novela que la reina Letizia se llevó de la Feria del Libro de Madrid —“no sé si la llegó a leer, no tengo contactos en la Casa Real”, bromea Bérot—, se publica esta obra anterior, traducida al castellano por el escritor Pablo Martín Sánchez, primer español miembro del grupo experimental OuLiPo, y por su madre, Concha Sánchez Santos. En Caída de las nubes, Marion da a luz en una granja aislada, en medio de un paisaje cubierto de nieve y silencio. Nada extraordinario, salvo que esa protagonista jamás tuvo conciencia de estar embarazada. En ese entorno hostil, Bérot aborda temas que atraviesan toda su obra —la maternidad, la locura, la vida en la naturaleza, la irrupción de lo insólito en lo cotidiano— para narrar una especie de natividad alternativa, una fábula sobre lo que ocurre cuando la vida sale de su cauce.

La suya, igual que su obra, se ha forjado lejos de los caminos transitados. Hija de un antiguo cura y de una joven rebelde que huyó de casa de sus padres por amor, creció entre campesinos pobres. Sus abuelos eran analfabetos. “Pero mis padres leían mucho”, matiza. A los 12 años ya escribía relatos oscuros, sin imaginar que algún día la escritura se convertiría en su modo de vida. Hoy vive cerca de Castillon-en-Couserans, en la región de Ariège, en uno de esos valles donde apenas llega la cobertura. “Busqué un lugar que se pareciera al de mi infancia, pero que fuera lo menos turístico posible, y lo encontré”, cuenta. No frecuenta ferias ni festivales literarios, y depende sobre todo del apoyo de las librerías rurales. “La prensa francesa apenas me reseña. Pero no me importa: vivo de mis libros, mi público sigue creciendo y me divierte bastante existir al margen del sistema”.

La suya es una literatura extraña, adjetivo que le encanta escuchar, escrita en las antípodas del microcosmos cultural de Saint-Germain, el barrio parisino donde se supone que todo sucede. Situar sus historias en los Pirineos no es un capricho, sino una decisión consciente, que responde a su voluntad de apartarse del decorado urbano que domina la literatura francesa. “Quería, de un modo casi político, que mis libros no hablaran solo de la ciudad y las élites urbanas, sino también de gente que existe y vive de otra manera”, sostiene. Nunca menciona el Pirineo de forma explícita, pero el lector lo reconoce enseguida: el paisaje fronterizo bajo la lluvia intermitente, el viento que se enrosca en los árboles, los osos en vías de extinción.

Se ha escrito que sus libros son cuentos de hadas, una definición que rechaza. “Prefiero hablar de presencias, de cosas situadas más allá de lo real. Si son cuentos de hadas, son cuentos duros, rudos”. Esa violencia no excluye la ternura. En su obra, compasión y brutalidad conviven como si fueran inseparables, una definición posible de la humanidad.

“Quería, de un modo casi político, que mis libros no hablaran solo de la ciudad y las élites urbanas, sino también de gente que existe y vive de otra manera”

Bérot nunca romantiza la montaña. “Detesto lo bucólico”, sostiene con una mueca de disgusto. “Cuando la gente imagina mi día a día, me dice: ‘Qué maravilla, una cabaña en la montaña, sin agua ni electricidad’. Pero no tiene nada de idílico. Es una forma de vida muy dura”. Bérot escribe contra esa postal engañosa: la belleza existe, sí, pero siempre acompañada de aspereza y de esfuerzo. ¿Cómo llegó a pasar más de una década fabricando queso y abriéndose paso entre ventisqueros? En plena crisis existencial, decidió romper con su trabajo de ingeniera en inteligencia artificial. “¿Para qué ganar tanto dinero? ¿Para irme de vacaciones en verano?”, se preguntó. “No fue un rechazo de la IA, porque entonces, a comienzos de los noventa, no imaginaba nada de lo que ha sucedido después. Escogí ese campo porque me apasionaba la lógica matemática. Incluso hice mis prácticas en el grupo Dassault, trabajando sobre aviones de combate, sin ninguna distancia crítica. Un día me di cuenta de que estar frente a una pantalla no me hacía feliz y quise darle otro sentido a mi vida”.

Su gesto tuvo también una dimensión militante, “cercana a la lógica del decrecimiento”, la doctrina que insta a reducir de forma planificada la producción y el consumo. Durante 12 años vivió así, hasta que su cuerpo dijo basta. “Era una actividad tan extrema que enfermé gravemente y tuve que parar. Solo me consoló pensar que podía volver a escribir. Sin eso, creo que habría caído en la desesperación”. En sus libros, la frontera entre humanos y animales se desdibuja. “Eso viene de mi antiguo oficio de pastora. Cuanto más miraba a los animales, más entendía a los humanos”, dice. “Ahora observo a la gente con ojos de ganadera: llego a juzgar a un hombre por el aplomo de sus piernas, como si fuera un semental. El otro día vi pasar a un tipo muy guapo, pero con las piernas flacas, y pensé: este no nos sirve”, se carcajea.

Caída de las nubes es también un experimento formal. De estructura coral, la novela hace oír las voces de un pueblo entero —vecinos, médicos, amigos, familiares— que reaccionan al nacimiento inesperado de ese bebé. Cada nueva perspectiva ilumina y, a la vez, cuestiona la anterior, como ya sucedía en Como bestias. Bérot lo concibió como una polifonía destinada a desestabilizar al lector: “Me interesa mostrar que no existe una sola verdad”. A punto de terminar su manuscrito, coincidió en una residencia literaria con Martín Sánchez, su futuro traductor. Fue él quien le sugirió introducir un sistema de lectura doble, inspirado en los juegos literarios de Julio Cortázar o Georges Pérec. Así, el resultado puede leerse de dos maneras: siguiendo el orden lineal de las páginas o saltando entre fragmentos numerados, trazando un recorrido propio. “Fue una forma de dar al lector la misma libertad que yo tuve al escribir”.

Bérot, que escribe en la soledad de la montaña, ya tiene un nuevo libro terminado. “Habla de los milagros que suceden entre animales y niños hospitalizados en psiquiatría”, revela. Y empieza a esbozar otra historia, de perfil más íntimo. “Quiero escribir sobre mi miedo a tener una hija. Creo que nunca tuve hijos por eso: desde joven siento un temor muy fuerte por lo que puede sufrir a una chica de 15 años. A mí no me pasó nada grave a esa edad, así que me pregunto de dónde viene ese miedo, si ocurrió algo en generaciones anteriores”. Y así, la escritora pasa los días hurgando en sus recuerdos, como quien levanta capas de tierra en busca de una raíz.

Ver fuente

Farándula y Moda

Entrada siguiente

El Minuto de Oro del Paramédico Extremo: Triaje y Estabilización en Zonas de Alto Riesgo por Marcos Castaños Tartaret

Mar Oct 21 , 2025
Comparte en tus redes sociales En el caos de una catástrofe o una zona de conflicto, el paramédico se convierte en el eslabón más crítico de la cadena de supervivencia. Su campo de acción no es la sala de urgencias estéril, sino el «Minuto de Oro» –o más bien, los […]
Marcos Castaños Tartaret

Puede que te guste