Vuelve Superman a los cines y lo hace casi doce años después del estreno de su última película en solitario: El hombre de acero. El personaje que nació al calor de los cómics de DC vive un reinicio en su propia saga y promete protagonizar uno de los grandes bombazos del verano.
¿Quién?
James Gunn, el director de la trilogía de Guardianes de la galaxia y uno de los realizadores con más prestigio entre los amantes de los cómics, aterriza en DC –gran rival de Marvel– con la misión de revitalizar al más grande de los iconos del universo de las viñetas: el mismísimo Superman. No es un reto sencillo porque además no solo se trata de insuflarle oxígeno a un mito, sino lograr que la película que protagoniza sea un nuevo inicio del que surja un personaje con la fuerza suficiente como para que continúen muchas otras aventuras cinematográficas.
¿Cómo?
Lo primero que hace bien el director es dotar al filme de una tonelada de sentido del humor. Del Superman introvertido, atormentado y solitario de las anteriores entregas –Henry Cavill como protagonista– se pasa a un tipo que se ríe de sí mismo, de sus superpoderes y de su complicadísima doble vida como Superman o Clark Kent al que interpreta un maravilloso David Corenswet. Un actor al que habíamos visto de pasada en películas como Twisters o Pearl y que aquí es capaz de ponerse en la piel de un personaje tan icónico como este y salir airoso del reto. Su vis cómica, su carisma y su apariencia de tipo normal y corriente ayudan a que el espectador se sienta de inmediato identificado con él.
¿Dónde?
Como siempre, en Metropolis, la ciudad en la que ejerce de periodista y superhéroe, amenazada –también como siempre– por el archivillano Lex Luthor, esta vez con el rostro de Nicholas Hoult, quien hace todo lo que puede para articular un malo de muchos galones, pero que no puede competir con la energía que transmite Corenswet. Luthor se obsesiona esta vez con acabar con Superman a base de diversas tretas que incluyen un universo de bolsillo, monstruos varios, un mensaje de los padres del propio Superman (la parte más perversa del filme y uno de sus grandes hallazgos) y deja hasta una muy malintencionada metáfora sobre las redes sociales y su poder para esparcir cualquier mentira en segundos.
¿Qué?
Puede que sea la primera película de superhéroes en una década que contiene todos los ingredientes para gustar incluso a aquellos que estén ya hartos de gente con capas, mutantes y multiversos, y que simplemente quieran pasar un buen rato en el cine con un gigantesco cubo de palomitas. Un Superman para reírse, emocionarse y hasta reflexionar y que nunca mira por encima del hombro al espectador. Es más, uno puede ir a verlo sin tener que haber seguido veinte películas y treinta series más con anterioridad. Una película pensada para todos los públicos y un regreso al blockbuster veraniego del que se sale con una sonrisa de oreja a oreja.
El bonus:
Si alguien dijera de alguna película que lo mejor es el perro, seguramente sería una muy mala señal, pero en esta ocasión es la guinda del pastel. Krypto, el perro de Superman, que también lleva capa, vuela y tiene una fuerza sobrenatural. El chucho es ese toque tierno y divertido que siempre aparece cuando las cosas se ponen feas y que está escrito con la misma habilidad que uno le pondría a un comediante de carne y hueso. Krypto muerde, juega, ataca, ladra, aúlla y roba cada escena en la que sale sin importar quien más esté allí. Él es la delicatessen de una película sin pretensiones que con toda seguridad arrasará en la taquilla y que, por fin, nos devuelve el gozo de ir al cine a ver una de superhéroes.