Lo dice todo el hecho de que la estilista de Ryder, Erica Cloud, se considere a sí misma una «cazadora de tesoros», más que una estilista de celebrities convencional. En lugar de comprarle a su clienta las últimas tendencias de pasarela, Cloud busca a diseñadores que crean sus piezas con mimo y el justo toque de perfecta imperfección. Para ella, “los defectos son lo mejor”. De ahí la elección de Dawson, que entiende su sastrería deconstruida como una especie de autopsia textil, dejándola inacabada para que su portadora pueda añadir sus propios toques a las costuras sin rematar y los hilos colgantes. El mejor ejemplo de ese espíritu, el traje asimétrico con los bordes deshilachados –y un «Gena» bordado en el pecho, en homenaje a la leyenda de Hollywood Gena Rowlands– que también se coló en la gira promocional de la secuela de Bitelchús.
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El hecho de que Winona Ryder eligiera lucir el trabajo de una extravagante artesana de East Sussex, en lugar de una de las numerosas marcas de lujo que claman por vestirla, lo dice todo sobre ella. Hablamos de una mujer que, cuando irrumpió en escena en los años 80, llevaba unos labios color vino y un crucifijo como único complemento a sus inseparables vestidos lenceros. Audrey Hepburn encontró tan entrañable a la por entonces estrella adolescente de Escuela de jóvenes asesinos que le regaló cositas de su armario. En los 90, Winona promocionaba Reality Bites e Inocencia interrumpida con camisetas de grupos (estamos seguros de que sigue escuchando a The Clash, Leonard Cohen y Tom Waits), trajes holgados y zapatos masculinos desgastados, muy acordes con su poético estilo inconfundible.