Que Dios -o quien sea- se apiade del resto de los mortales, si Wolf Alice, que fueron nominados al Mercury Prize con su primer disco, lo ganaron con el segundo, y fueron número 1 en UK con el tercero, han tenido problemas de autoafirmación. Ya lo decía Björk, que «no hay mapa ni brújula» capaz de ayudar a entender el «comportamiento humano».
‘The Clearing’, el cuarto álbum del grupo británico, se presenta como el primero en el que Wolf Alice se han aceptado como banda, se han planteado qué querían hacer y lo han llevado a cabo. La idea principal ha sido centrarse en la sencillez de las canciones, dejarlas a piano si así es como habían surgido y -lo más singular-, elaborar un disco sobre la «performance» como concepto, lo que explica su espectacular portada.
‘Thorns’ abre el álbum justo enfrentándose al proceso compositivo, con todo lo que eso conlleva de «narcisista» y de «masoquista». El single ‘Bloom Baby Bloom’, en el que Ellie Rowsell se ha planteado cantar «como Axl Rose pero en chica», contiene otra parte del concepto, cuando el pre-estribillo dice algo así como «mírame cómo lo intento de fuerte, estoy harta de intentarlo tanto». Esta especie de mambo raro no tiene continuidad en un álbum que rehúye de más efectos jazzy o de improvisación, para rendirse, en general, al folk y al soft rock de los años 60 y 70. Ese «aceptarse como banda» parece significar que no tienen por qué ponerse una chupa de cuero, sino que pueden hacer lo que quieran.
Los discos de Wolf Alice siempre han sido variados, nunca han sido la banda de grunge que aparentaban por imagen, y ahora esa diversidad la encontramos en canciones como ‘Just Two Girls’, a medio camino entre ABBA y las producciones de Ian Catt para gente como Saint Etienne. Pero en general el álbum llama la atención por lo poco rockero que es, a destacar la bellísima guitarra de ‘Leaning Against the Wall’ -un tema surtido de matices electrónicos-, o el piano que manda en ‘Play It Out’, que habla sobre la pérdida de la fertilidad, y ‘Midnight Song’, sobre encontrarte con la niña que fuiste.
Porque de alguna manera ‘The Clearing’ también habla sobre la identidad del artista es que una canción como ‘White Horses’ encaja a la perfección en este álbum. En ella la voz principal no es la de Ellie, sino la del batería Joel Amey, que bucea en el origen de sus antepasados, por los que se ha preguntado siempre al haber sido su madre y su tía, adoptadas. La melodía y la progresión de la canción, totalmente setenteras, son espectaculares, y Ellie Rowsell no tiene de qué preocuparse. Hacer segundas voces puede ser muy gratificante, porque implica que sólo tienes que cantar la mejor parte de una canción, y aquí Rowsell está exultante, elevando un tema que ya estaba muy arriba desde el principio. Ahí es cuando más te acuerdas de cuánto sumaban juntos Buckingham, Nicks y McVie.
En cuanto al concepto, el grupo ha hecho un esfuerzo por introducir palabras y elementos relacionados con la «actuación» en canciones que parecían no tener tanto que ver. «¿Es el amor nuestra más perfecta performance?», plantea ‘Leaning Against the Wall’, y a continuación ‘Passenger Seat’ versa sobre las canciones que unen.
Finalmente, ‘Bread Butter Tea Sugar’ y ‘Safe in the World’ pueden resultar más planas en una parte central que suele ser la más difícil de rellenar en un trabajo, pero el grupo logra equilibrar las cosas dejando para el final dos de los tres singles que llevamos: ‘White Horses’ y el ya «fan favorite» que supone ‘The Sofa’. Un tema que acepta la posibilidad de ser diferentes cosas en la vida, por ejemplo «salvaje» o por ejemplo «una zorra» cuando te enfadas. Wolf Alice superan la presión de tener que mostrarse como «una preciosa reina intelectual» o un grupo «salvaje» pidiendo un pequeño respiro. La sección de cuerdas se lo concede. Misión cumplida.