¿Quién no ha sentido alguna vez ese calor repentino, el corazón acelerado y la mente nublada cuando algo le irrita? Aunque a menudo intentemos reprimirlo, el enfado puede ser una poderosa, según Sonia Díaz Rois, autora de ‘Y si me enfado, ¿qué?’, un libro en el que la mentora y coach desentraña las claves para comprender y gestionar esta emoción, especialmente en un contexto en el que las mujeres solemos sentirnos juzgadas o incomprendidas al expresar nuestro enojo.
“Normalmente prestamos atención al miedo o a la tristeza, pero a esa sensación de irritación que llamamos enfado no le damos demasiada importancia. Cuando vemos a alguien cabreado, arrugamos la cara y miramos hacia otro lado, rechazando ese comportamiento como inapropiado”, explica la autora, que combina su experiencia personal con más de dos décadas liderando equipos en atención al cliente. “Lo que me llevó a querer trabajar con personas que se cabrean, especialmente mujeres, y también a divulgar sobre el tema y escribir el libro, es lo incomprendida que me sentía yo cuando no sabía gestionar mi enfado. Es muy frustrante no comprenderte y tampoco encontrar ayuda en los demás”.
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Diferencia entre enfado, cabreo e ira
Uno de los aspectos más reveladores del libro es la diferenciación entre el enfado, el cabreo y la ira. Comprender esta escala emocional es clave para intervenir antes de que nuestras reacciones se vuelvan incontrolables. “Cuando pensamos en emociones básicas, como el miedo, la tristeza o la alegría, solemos incluir a la ira en este listado. Bajo mi punto de vista, creo que es el enfado el que debería considerarse una emoción básica”, explica la experta. “Identificarlo nos permite diferenciarlo de la ira, que sería su versión más intensa y menos controlada, como un ‘enfado extremo’”.
Hablar de este asunto suele resultar incómodo, pero Díaz Rois nos invita a verlo desde una nueva perspectiva. “Cuando hablo del enfado, me refiero a uno asertivo: el que nos permite comunicarnos, compartir nuestras preferencias, analizar la situación y razonar para actuar de forma constructiva. Es aquel que nos ayuda a poner límites, respetándonos a nosotras mismas y respetando a los demás”.
Mantenernos en ese nivel asertivo no siempre es sencillo. En ocasiones, saltamos al siguiente peldaño de la escala emocional, una etapa más compleja. El cabreo, para la coach, es ese momento en que se empiezan a cruzar los cables y perdemos algo de control: “Ya no pensamos con tanta claridad y actuamos más desde el impulso que desde la razón. Es lo que yo llamo el ‘punto de no retorno’ –como en aviación–: una vez lo cruzas, es difícil dar marcha atrás”.
Si no intervenimos a tiempo, el cabreo puede escalar hasta la ira, una emoción que debería únicamente para situaciones de emergencia. “La ira surge cuando sentimos que nuestra vida o bienestar están en verdadero peligro y nos prepara para luchar”, aclara Díaz Rois. No obstante, en la mayoría de las situaciones cotidianas, esta no es adaptativa, lo que nos desconecta de nuestra capacidad de razonar y, muchas veces, nos lleva a actuar de forma irreflexiva.
“Está demostrado que nombrar lo que sentimos y asignarle una intensidad, nos ayuda a ser conscientes y autorregularnos mejor emocionalmente. Si sabemos en qué fase estamos, podemos tomar medidas antes de que sea demasiado tarde”, prosigue la experta en gestión de emociones. “Si te das cuenta de que tu enfado está escalando a cabreo, puedes detenerte, respirar profundamente y evaluar la situación antes de llegar al nivel de ira, donde las decisiones impulsivas suelen salir un poco caras”.
Aprender a poner límites: una lección de respeto
El enfado también tiene un propósito práctico: ayudarnos a poner límites. “Esta emoción nos anima a decir lo que necesitamos, lo que nos gusta y lo que no. Si no lo hacemos, no hay manera de entendernos. Si no hablamos, no nos conocemos y, si no nos conocemos, los malentendidos están a la vuelta de la esquina”, argumenta. A pesar de ello, muchas mujeres encuentran difícil hacerlo, por miedo al rechazo o al conflicto. “Poner límites no significa ser inflexible, significa ser clara y honesta. Y eso, lejos de crear conflictos, puede hacer nuestras relaciones más auténticas y respetuosas”.