Dos frases resumen dos realidades diametralmente opuestas a poco más de una hora en coche en la provincia de Guadalajara. “Aquí hay 1.400 niños de menos de 14 años”, explica Aarón de Mena, concejal del PP, rodeado de urbanizaciones cortadas con escuadra y cartabón en Yebes, el pueblo que más ha crecido en España en número de habitantes en lo que va de siglo XXI, según datos recopilados por Efe en agosto. “Aquí se han muerto todos o han emigrado, solo quedo yo”, exclama Gregorio Parra, entre casitas de piedra en Angón, el municipio que más se ha vaciado en los últimos 25 años y donde este octogenario es la única persona que reside habitualmente. Yebes y Angón están separadas por 89 kilómetros. Pero ofrecen escenas de vidas a años luz.
Son las 14.00 del viernes 10 de octubre en Yebes. Decenas de padres y madres acuden a la salida del colegio a recoger a los menores, de todas las edades, que parten en tromba del centro. Algunos llevan varios años instalados en el pueblo, otros muchos se han mudado recientemente, dando como resultado unas cifras de récord. El reducido pueblo original contaba con 167 habitantes a principios del milenio. En 2024, los censados eran ya 5.400, lo que supone un aumento de 3.133,5%. ¿Cuál es la causa de ese aumento desaforado en una localidad cercana a zonas de la España vaciada?
Uno de los padres, Juan Padilla, de 40 años, recuerda el “pelotazo de la Aguirre” como el origen del fenómeno. Yebes era el núcleo urbano inicial, una aldea despoblada con unas poquitas casitas bajas y “gente de toda la vida”. Situado a una hora en coche de Madrid capital, tras pasar la zona industrial del corredor de Henares, está rodeado de campos y no hay ni fábricas ni centros empresariales. Es el punto intermedio antes de entrar en la comarca de la Alcarria, bajo unos cielos inmensos, que propiciaron la instalación de uno de los observatorios más grandes del país en lo alto de una loma junto a las casitas del pueblo.
Lo que ocurre es que Yebes cuenta con un amplio término municipal que acaba ya pegado a la nacional 320, sobre el que se extienden dehesas desérticas. El Gobierno del PP de José María Aznar con Esperanza Aguirre como ministra de Cultura diseñó en la localidad una estación del AVE del recorrido Madrid-Barcelona, en lugar de situarlo en la misma capital de Guadalajara, a 13 kilómetros. En paralelo, la constructora Reyal proyectó un macrocomplejo de viviendas sobre los solares que apuntaba a unos 34.000 habitantes a futuro bajo el nombre de Ciudad Valdeluz. Un plan rodeado de polémica porque los terrenos recalificados eran de una tía del marido de Aguirre. Los pisos y chalets empezaron a levantarse en 2004. Luego llegó la crisis del ladrillo y todo quedó en barbecho, con promociones enteras sin vender.
Una de las primeras pobladoras de Ciudad Valdeluz fue Aurelia Ramos, hoy con 80 años, que junto a su familia cambió su piso de Alcorcón (Madrid) por un pareado de Ciudad Valdeluz para escapar del ajetreo tras jubilarse. “Yo quería la ciudad dentro de un pueblo”, señala la mujer. Ramos recuerda que la promotora prometió dentro del paquete de oportunidad una lanzadera de tren desde Yebes a Madrid, que habría facilitado las veces de ciudad dormitorio y cuyo apeadero estaría en la estación del AVE. La promesa no se cumplió. Tampoco se siguió construyendo en el macrocomplejo tras la crisis inmobiliaria. “Se quedó como un bonsái, como si nadie lo regase”, lamenta.

Tras la llegada de Ramos, los años pasaron. Y el valor de las viviendas construida se desplomó. “Tiraron tanto los precios que la gente empezó luego a venir a vivir”, apunta su hijo, Aarón de Mena, de 44 años, edil del PP. Pisos de tres habitaciones estuvieron en algún momento en los 90.000 euros.
Las calles de Valdeluz forman una cuadrícula perfecta, salpicada por urbanizaciones y solares vacíos. Es como si alguien llegara a otro planeta y hubiera empezado a colonizar el lugar, como una ciudad de lego a la que le faltan piezas. Además de las viviendas, ahora hay cinco bares, algunas tiendas, un hipermercado, un parque con un lago y un edificio de usos múltiples levantado hace dos años, donde trabaja el equipo de Gobierno. El antiguo ayuntamiento está en el Yebes original, pero ya solo se usa para los plenos y otros actos institucionales.

También el colegio, donde los consultados coinciden en el crecimiento exponencial de vecinos últimamente. La mayoría atraídos por el bajo coste de las viviendas y por un enclave apto para niños, sostienen. Y por las comunicaciones, al estar próximo al corredor de Henares, a Guadalajara ciudad y a Madrid, adonde van en coche a trabajar. Juan Padilla, de 40 años, baja de su piso de 130 metros cuadrados por el que paga 550 euros de alquiler para recoger a sus dos hijos, de 10 y 8 años. Llegó en 2020 desde Torrejón tras haber pasado por varios domicilios en el centro de Madrid.
Padilla teletrabaja como comercial. Su esposa, en teleasistencia en la capital madrileña. “En mi edificio somos muchos de mi edad, que buscamos tranquilidad y poder pagar la casa”, relata al lado de su casa, a escasos metros del colegio, donde ahora salen los chavales de secundaria. “Ha venido mucha más gente últimamente. Hay tanta ahora que hoy se ha convertido en un ensanche más”, aprecia.

Entre las últimas en establecerse se encuentra Silvia Arranz, de 29 años, con pareja y una niña de tres años. “Me gustaba porque hay poca gente, pero muchos niños”, explica esta empleada de un hotel de Guadalajara. Ahora los precios están por las nubes. No hay apenas viviendas vacías, ni en venta ni en alquiler, y hay proyectadas nuevas promociones en los solares. Los pisos de tres habitaciones que aparecen en idealista rondan los 250.000 euros.
Después de dos legislaturas socialistas, el ayuntamiento cambió tras las elecciones locales del 2023. PP y PSOE quedaron empatados a 4 concejales, pero Vox, con 2, otorgó la batuta a los populares, con quienes formaron una coalición. En el nuevo edificio donde trabaja la Corporación local, el alcalde se queja de que necesitan mayor inversión en “sanidad” y educación» tras el aumento. “Cada institución tiene que colaborar. Hay muchas cosas que tenemos que preparar. Pero hay que hacerlo ya, no podemos esperar a tener 10.000 habitantes”, alega. La superficie edificada es del 25% y apuntan a que irá a más y más, ensalzando las bondades del crecimiento.
Los residentes de Valdeluz apenas han pisado las empedradas calles del Yebes original, a cuatro kilómetros, donde también ha aumentado la población, de unos 200 a unos 1.000 en los últimos años contagiados de las buenas comunicaciones, pero con una arquitectura muy distinta. Entre todos, suman 46 nacionalidades en el mismo municipio. En el único bar, un grupo de cuatro hombres de unos 50 años se prepara para echar la partida de mus. A 84 kilómetros de allí se encuentra una realidad opuesta: Angón, el pueblo donde más ha caído el número de habitantes. También está en Guadalajara y a solo una hora y cuarto en coche. “Es fácil, esto está muy bien comunicado y el otro está por ahí perdido”, señalan los hombres del bar de Yebes.
El único vecino
Para llegar hasta Angón, hay que salir a la nacional 320, después varios kilómetros por la autovía A-2 y, finalmente, más de media hora de camino por una sinuosa carretera comarcal entre montañas, que pasa por el Castillo del Cid, en el municipio de Jadraque. Poco después, el color ocre de las casitas de Angón aparece de repente entre dos laderas. Pasadas las 17.00, apenas se escucha algún cuervo, el viento y los pasos de cuatro personas que llegan desde Madrid a echar el fin de semana en su pueblo de origen. También el ruido de la obra en casa de Raúl Fernández, de 43 años, que acaba de comprar por 25.000 euros en el pueblo de sus padres y que ahora está restaurando.
Residente en Barcelona e informático, Fernández puede teletrabajar por temporadas. Este año ha llegado la cobertura 5G, aunque solo operan los datos de Movistar. Manchado de pintura, alaba el trabajo de la alcaldesa, Diana Caballo, del partido A Descubrir Angón, que ha restaurado el ayuntamiento y ha impulsado la apertura del bar en la minúscula plaza Mayor. “Es importante para la que la gente siga viniendo, porque, si no, el pueblo se moriría del todo”, apunta Fernández.
El medio rural se manifestó en Madrid hace dos semanas por el “abandono” de sus territorios y la “falta” de servicios públicos. En el caso de Angón, el pueblo fue golpeado ya en los 60 por la emigración. Aunque en los últimos años ha acusado aún más daño la despoblación. En el 2000, tenía 45 habitantes. Hoy, solo siete censados.
Pero en realidad solo transitan por su término municipal un pastor de origen marroquí y el único angonero que reside ya habitualmente: Gregorio Parra, de 85 años, que aparece entre la nada con un rastrillo en la mano y vestido con una gorra del vino Don Simón, camisa y pantalones viejos y unas botas raídas para andar por el campo. Llega de cuidar unas matas de tomates.

Parra nació en Angón. Con 18 años, y tras la muerte de su madre, emigró a la capital. Empezó como operario en la fábrica Bosch de Madrid y se aposentó en un barrio del norte de la capital. No se casó ni tuvo hijos. Y, tras jubilarse, decidió volver a casa de sus padres al pueblo. Hoy oye a duras penas por un oído, aunque se mueve con agilidad por las empedradas calles de la localidad, donde pasa la vida solo arando el huerto y viendo el “parte” en la televisión. Hace la compra en Jadraque, adonde viaja en coche.
Cuando era pequeño, recuerda, todos se dedicaban al campo. Él fue al colegio en el mismo pueblo, separado en dos centros, uno de niños y, otro, de niñas. “Muchas se fueron a servir a Madrid”, añade. “Todo esto estaba lleno de niños, ¡lleno!“. El municipio continuó sobreviviendo con los que se quedaron, sumado a las juntas de quienes vuelven en fin de semana o en verano. Mientras cuenta su relato, con entusiasmo, Parra da un respingo y sale de repente corriendo a casa. Coge unas llaves y abre una vivienda cercana. Es la de sus primos. “¡Mira, maja, pasa, pasa!“.
Dentro, en la cochera, hay un panel de corcho con fotografías de comilonas de amigos y parientes. Al lado cuelgan las ollas y paelleras donde cocinaban. Ya no hay vida rutinaria en Angón, aunque las imágenes y los aperos rezuman la pasada. Tiene alma. Parra coge algunas fotografías. “La mitad están muertos. Quedo yo, ¡yo solo!“, repite una otra y vez.