Yo no acuso | Opinión

La política española no está poseída por el espíritu de la Navidad, sino por el del Grinch. La discusión política, que puede y debe ser intensa, se ha tornado un mero “Yo acuso” al rival, ya sea a cuento de Franco o Broncano, del sentir de The Economist o los wasaps del fiscal general.

La política no solo transcurre en los juzgados, sino que copia el formato judicial. Los líderes no hablan a la ciudadanía como una junta directiva a sus accionistas —¿Qué queréis? ¿Qué os parece esta propuesta?—, sino como el procurador y el abogado a los miembros del jurado —yo acuso a Fulanito; pues yo, a Menganita—.

Los alegatos de unos y otros son delirantes. Todos empiezan con la desgastada precaución de siempre: respetamos la presunción de inocencia. Pero, luego, su hipótesis de trabajo es siempre la peor para el adversario político —y la confianza ciudadana—. En el PP parten de que “no hay forma humana de que nadie que ha formado parte de los gobiernos de Sánchez diga la verdad”, con lo que toda insinuación que orbita sobre el Ejecutivo es creíble, ya sean hechos comprobados o papeles garabateados. En vez de demandar el esclarecimiento de cada incidente por separado, se apresuran a poner una querella contra los socialistas por financiación ilegal, tráfico de influencias y cohecho. El PSOE es una “organización con fines ilícitos”, algunos de sus dirigentes quisieron lucrarse “a costa de la muerte y de la enfermedad” en la pandemia, Sánchez es el “número uno de la trama” y preside un “régimen bolivariano”. No es un Gobierno, es un carrusel de “minuto e imputado”.

Y si para los unos La Moncloa es el epicentro de una red con ramificaciones en Venezuela y la Universidad Complutense, para los otros existe una connivencia entre, por un lado, la derecha y la ultraderecha —que son sinónimos en España, pero no en Europa donde sí se puede pactar con Von der Leyen— y, por el otro, algunos jueces, que hacen “oposición” mientras el PP “juega con las cartas marcadas”. Y algún ministro se atreve a acusar a algún magistrado de “prevaricar y mentir”.

¿Hay mejores ejemplos de “antipolítica” que la que practican hoy los dos grandes partidos de Estado? La política no va de acusar. No va de lo que pasó —de qué hizo Mazón, Ábalos, García Ortiz, MÁR o Begoña Gómez; eso es para los tribunales— sino de lo que no debería volver a pasar —de qué hacemos para impedir futuras conductas delictivas o imprudentes—. No aspiro a que cambien, pero podrían hacer una pequeña tregua navideña y, por unos días, decir “yo no acuso”.

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